jueves, 17 de abril de 2008

Intervención de Natalia Chanfreau en Acto Facultad de Filosofía

Estamos acá a partir de un hecho puntual: en el mes de mayo en Francia culminará el juicio por un grupo de franco-chilenos que permanecen al día de hoy desaparecidos, después de haber sido detenidos y torturados por agentes del estado chileno. Es, en este contexto, que surge la posibilidad, desde esta facultad, de rendir un homenaje a mi papá, Alfonso Chanfreau. Este tipo de eventos, actos, conmemoraciones o juicios, entre otras cosas permite o más bien obliga a conectarse con lo que pasó en este país. Conectarse con los proyectos sociales, políticos y de vida que fueron truncados por la Dictadura, conectarse con y desde la propia experiencia. Llevo yo, en lo particular, unas semanas un poco forzada a conectarme con lo que es la historia de este país e indudablemente con mi propia historia.
De las mil y una cosas que se me cruzan por la cabeza respecto de la desaparición, me gustaría compartir un par de ideas sueltas. Siempre es difícil poder describir lo que esto significa, por la brutalidad de los hechos, por lo inentendible emocionalmente, pero sobre todo por la normalización que hemos “logrado” hacer los familiares y/o sobrevivientes, normalización potenciada por la forma en que la sociedad chilena ha no-tratado el tema, por la invisibilidad en la que este tema se sumerge.

Para sobrevivir y por tanto funcionar cotidianamente como si nada hubiese pasado, tratamos de ocultarnos los dolores, normalizar la vida, para así vivir con la ausencia, la perdida, la duda metida en el cuerpo, tan metida que no se ve, tan adentro que hablar de desaparición se vuelve banal, como si tener un padre desaparecido fuera tan simple como tener un papá abogado, oficinista o cesante, tan natural que consolamos a otros cuando se afligen por nuestro dolor, tan natural que a más de alguien espantamos con nuestro humor negro. Recuerdo hace unos años cuando se inauguró el preuniversitario popular Alfonso Chanfreau, en esta misma facultad, vine a hablar y el compañero que me presentó, lo hizo con tanto cuidado y respeto, pidiendo a la audiencia el mismo respeto, tanto que me descolocó un poco y dentro de este intento de normalización dije una brutalidad, y me cito con algo de pudor “no se preocupen, si no es tan terrible”; dije esto en un torpe intento de mostrarles que finalmente mi vida lograba ser como la de cualquiera, que yo al igual que ellos era estudiante, carreteaba, tenía pareja, participaba del movimiento estudiantil, era parte de ellos, una más.

Pero pese a mis intentos, no recuerdo haber tenido otro papá que el desaparecido. Siempre fue así. Con todo lo que eso implica, con la espera conciente e inconciente, racional y no racional, con la duda permanente y una duda que no tiene que ver con la racionalidad humana si no todo lo contrario: tiene que ver con una duda de guata, de corazón, con una secreta remota esperanza de que lo encuentren, de encontrarlo yo. Normalización de la desaparición. ¡Como si esto en realidad fuera posible!

Pero no soy sólo yo, hasta el día de hoy debemos enfrentarnos a una sociedad que funciona como si esto no hubiese pasado. Son contados con los dedos de una mano los lugares que han sido identificados como sitios de memoria; sabemos de muchas casas de tortura, pero cuantas han sido oficialmente entregadas para cumplir esta misión de visibilizar. Cuantos son los lugares que nos quedan aun por identificar, tal vez simplemente con una plaquita que diga: aquí durante dos días, tres meses, años se torturó. Pero que se visibilice no sólo el horror sino también a sus victimas, en todas sus dimensiones. Cada vez que vengo a esta facultad me detengo un segundo frente al mural, ellos, esos nombres eran parte de esta Facultad, de esta Universidad al igual que muchos de ustedes y si bien no recorrían estos mismos pasillos, eran de acá, eran como cualquiera de nosotros y los hicieron desaparecer; es increíble como esta normalización también los/nos hace desaparecer. Hay cosas cotidianas tan simples en que negamos y nos niegan nuestra historia, puede ser un detalle pero ¿han visto ustedes en algún formulario, de los miles que tenemos que llenar a lo largo de nuestras vidas, que incluya la opción de desaparecidos?

Finalmente, por opción o por obligación tenemos que darle normalidad, y debo decirles que se puede, que uno logra moverse por el mundo como si esto fuera lo más normal de la vida. Normal… hasta que el peso real de la desaparición cae nuevamente sobre nuestros cuerpos y nos hace pedacitos, y nos volvemos a preguntar como manejar tanto dolor, como manejar tanta impunidad cotidiana. Pero finalmente logramos salir nuevamente a flote y normalizamos nuestras vidas y logramos sentir que en realidad si podemos con esto, y que finalmente hemos desarrollado nuestras vidas más o menos como cualquiera persona que nos rodea y somos felices y jugamos con nuestros hijos, sobrinas, y tenemos vidas cotidianas como cualquiera y en cierta medida volvemos a asumir tener padres desaparecidos y ejecutados como si fuera lo más normal del mundo, por lo menos la mayoría, otros como Luciano[1] no pueden y se nos van…

Otro elemento que me gustaría compartir con ustedes es el de las memorias prestadas, el ejercicio de reconstruir sus vidas, y por ende la propia historia negada. Darle cuerpo y vida a un padre ausente, no por opción propia, no por accidente sino por política de Estado, el Estado de Chile, las fuerzas armadas, la DINA. Memorias prestadas de otros que gentilmente las comparten, y tratan de hacerlas nuestras, que tratan de transmitirnos voces, colores, entre otras tantas cosas. Qué difícil se hace preguntar. ¿Quién soy yo para hurguetear memorias ajenas, remover recuerdos, dolores… entonces mejor leo para no importunar a nadie, pero no hay nada escrito sino tortura, cada vez que busco me encuentro con tortura pero ya me armaré de valor y empezaré a pedir prestadas las memorias, a recolectar imágenes contadas que me permitan armar un padre presente dentro de esta tremenda ausencia.

Y de éstas memorias, les puedo contar que mi papá era lindo, de ojos lindos, de un color claro que no logro bien configurar, ( a pesar de los esfuerzos de mi madre por tratar de trasmitírmelo) de una voz particular, alto, estudioso aunque no siempre de las materias formales de la carrera, militante, hijo regalón, compañero… ya tendré más cosas que contarles…o tal vez ustedes a mí…

Finalmente, aunque no menor es la sensación de impotencia frente a la impunidad, frente al silencio. Ahí radica para mí, la importancia de este juicio. La posibilidad de visibilizar el tema, de, en cierta medida volver a darle existencia los que ya no están, a los desaparecidos, los ejecutados, a Jorge Klein, a Etienne Pesle, a Jean Yves Claudet, a mi papá, a todos aquellos a los que incluso se les negó la existencia, ir a golpear puertas buscando y recibir por respuestas que esas personas no existen, que nunca han existido, hoy después de 34, 35 años, se les reconoce una vez más la existencia. Por visibilizar también a los que sobrevivieron, directa o indirectamente, a toda una generación que participó en un proyecto de país distinto. Este juicio también tiene que ver con volver a darle cuerpo a lo que han sido nuestras vidas y con nuestras me refiero a todos, a los que estamos acá hoy día, más allá de nuestras edades y experiencias de vida, cuando digo nuestras vidas me refiero a Chile entero, que ha sido y seguirá estando marcado por lo que fue la dictadura, por lo que representa hoy la dictadura en cada una de nuestras vidas, por lo que han sido todos estos años de impunidad, por lo que será en la vida de mis hijos y en todos los que crecen y crecerán en este país, es un tremendo llamado de atención respecto de lo que pasa aquí en Chile. No puede ser que las condenas sean tan bajas, no puede ser que tengan derecho a algún tipo de beneficio, no puede ser que los juicios se alarguen por años y años sin avances significativos en la mayoría de los casos, no puede ser que este país se haga el sordo y ciego frente a lo que esto significa. Esto es un llamado de atención a cada uno de nosotros a no bajar la guardia, a no olvidar. Verdad y Justicia ahora, no a medias, no por partes, sino toda, nada más ni nada menos!

Natalia Chanfreau Santiago, 16 Abril 2008

[1] Luciano Carrasco, hijo de José Carrasco Tapia, detenido en su presencia y luego asesinado en 1986 por la CNI, se suicida a la edad de 31 años, en 2002

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Natalia,
Te conocí niña en Paris, junto a tu luchadora madre. Me emociona leer tu discurso. Creo que le has hecho un gran homenaje a tu padre, Alfonso. También remueves conciencias, levantas la cabeza de aquellos que se sienten ya cansados de tanto esperar justicia. Pienso que tus palabras van al centro de nuestra sociedad, a su corazón y tu llamado lo recojo, y así debiera hacerlo el estado chileno. Yo como ciudadana, y como ex-resistente a la dictadura, me siento parte. Gracias por tu aporte, y les deseo lo mejor en el juicio en Francia.
Un abrazo
Cecilia González G.

Anónimo dijo...

Erika, quise escribir en el blog pero no sé hacerlo, sin embargo no puedo pararme de este lugar sin antes decirte que las palabras de Natalia me llenan de emoción y también de orgullo.
Digo esto último como familiar, ¡que gran lección de amor hemos dado como familias! aunque todos nosotros sabemos que daríamos cualquier cosa por no estar en este rol.

Encuentro que la forma en que los tribunales internacionales han respondido (aunque con demora) no puede dejar indiferente a la comunidad chilena.
Como supongo sabes, yo tuve mi juicio en Argentina y en el marco de él fue declarado culpable por 12 años, Enrique Arancibia Clavel uno de mis secuestradores, agente de la Dina, también involucrado en el juicio de ustedes.
No es fácil vivir un juicio, pero lejos!! es algo positivo: También es emocionante sentir que nuestros familiares por fin! tienen un espacio en la justicia, que son valorados, que se preocupan (a pesar de los años) de ellos, de su destino, y de paso ... también se preocupan de nosotros sus familias que hemos llevado muy solos este camino.
Coincido con todas y cada una de las palabras de Natalia... así que no hay más que agregar, solo te digo a ti, a ella y a las otras familias, que estaremos aquí, atentos, ansiosos, acompañándolos con fuerza y amor.
un beso grande,
Lala Elgueta D.
Hermana de Luis Elgueta Díaz,
Desaparecido el 27 julio 1976 en Buenos Aires
en el marco de la Operación Cóndor.

Anónimo dijo...

Quede pensando en la intervencion de Natalia...
dias antes habia estado conversando sobre "la soledad" que implica vivir un episodio represivo, en el sentido que las demas personas no comprenden o se impactan con lo vivido y al final una se va quedando medio callada o consolandoles...y la verdad que eso me da una profunda lata...
Muchas veces la falta de espacios donde conversar, no nos permite percibir que TODAS las personas que fueron afectadas directamente por la represion viven algo parecido...lo que pasa es que en la vida cotidiana una no esta compartiendo, necesariamente, con "sus pares"...y creo que N resenya ese sentimiento de una forma muy clara y conmovedora... nunca habia pensado en lo que ella senyala sobre los formularios...efectivamente...que escribe una hija de DD sobre la condición, en este caso, de Alfonso?
no seria menor incorporarlo a los formularios publicos...
cada vez que alguien rellenara uno, se encontraria con la opcion DD, una forma extranya tal vez de visivilizar...
un abrazo

L

En Nuestra Memoria

En Nuestra Memoria
niños..jovenes..padres..hijos